Ancelotti y el ‘padrone’

El padre de Carlo Erminio Ancelotti era un agricultor sin tierra. «Recuerdo como si fuera hoy cuando venía il padrone; delante del montón de grano trazaba una línea con el bastón: esto es mío y esto es tuyo, decía a mi padre. Estas son mías, y cogía las gallinas más gordas y hermosas, y esas otras, tuyas». La evocación de la infancia de Ancelotti pertenece a una charla que en 2009 mantuvo con Gianni Mura, un gran periodista italiano. Ancelotti, un hombre cauto, habló esa vez con total sinceridad.

Es curioso el destino de Carletto. Quería ser agricultor, igual que su padre, porque nada le hacía tan feliz como la matanza del cerdo, pero sus amigos rechazaban esa vida y por seguirles estudió electrónica, algo que no le interesaba en absoluto. Siempre fue gregario, poco discutidor y buena persona. Cuando se cabrea alza la ceja y se traga los nervios. Según su hija, la ingestión de mala leche es la causa de su propensión a engordar.

No heredó la azada y el tractor Fiat de su padre. Ganó dinero desde muy joven, aunque el Inter, el club de sus amores, le rechazara. Tuvo unos años buenos en la Roma y dos o tres temporadas espléndidas en el Milan de Arrigo Sacchi. Luego siguió ganando dinero como técnico. Pero no se libró del padrone.

Su primer padrone fue el insigne Silvio Berlusconi. Tras pasar sin éxitos por el Parma y la Juventus, Ancelotti llegó en 2001 al Milan y aguantó nueve temporadas. La peor fue la última. Berlusconi, ya completamente enloquecido, fichaba por su cuenta. Y elegía lo más añejo del mercado, quizá para sentirse joven. En 2009, las novedades del Milan fueron Ronaldinho, que a los 29 años estaba quemado, y Shevchenko, que tenía 33 y había sido declarado inservible en Inglaterra, pero era amigo (y socio ocasional) del padrone. Ancelotti tuvo que hacer su papel: «Son dos fichajes que he pedido yo», decía una y otra vez. Como no sabe mentir y le traiciona la ceja, se le notaba la mala leche haciendo gluglú en el estómago.

«Vale ya con eso de que soy un hombre de empresa», le dijo a Gianni Mura ese mismo año. «¿Qué debería hacer? ¿Escupir en la mano de quien me alimenta?».

Berlusconi le despidió a final de temporada. Y fue acogido por otro padrone, Roman Abramovich, el dueño del Chelsea. Hizo doblete en su primer ejercicio. Al año siguiente no ganó nada y acabó en la calle. ¿Dónde iba a recalar? Pues en el PSG, el capricho del jeque árabe Nasser Al-Jelaifi, que, como Abramovich, figura en la lista de los hombres más ricos del mundo. Allí estuvo hasta que le llamó Florentino Pérez. El enésimo padrone.

Carlo Ancelotti dirá mil veces, o más si hace falta, que Gareth Bale era el sueño de su vida. Bale o quien sea. Se tragará la mala leche y asumirá los deseos del padrone hasta el último día por la tarde. Cuando se vaya, lo hará sin malas palabras y un poco más gordo.

Su sueño siempre ha sido trabajar de otra forma, con tiempo y poder, como Alex Ferguson en el Manchester United. Pero eso se da pocas veces. Y Ancelotti ya se ha forjado una trayectoria como hombre de empresa, como cuadro intermedio a las órdenes de un padrone. Que es quien elige las gallinas que le hacen más gracia.